jueves, 15 de marzo de 2007

“DIALOGO EN EL INFIERNO ENTRE MAQUIAVELO Y MONTESQUIEU”: LITERATURA DE IDEAS


Candelaria Arandela, doctora en Ingeniería Aeroespacial y autora del aclamado estudio crítico “Errores comunes entre los relatistas de ciencia ficción achacables a la deficiente educación científica del ingeniero medio: Malconcepciones en el concepto de 'supercuerda' en la literatura británica” y del artículo ganador del premio Ignatius “Por qué la ciencia – ficción necesita liberarse de las ataduras del 'personaje' para transmitir más eficazmente sus contenidos divulgativos” ha tenido la amabilidad para con este blog de reseñar el libro “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, obra de un francés llamado Maurice Joly (del cual no nos consta que esté relacionado con la empresa editora de prensa 'Grupo Joly', propietaria del Diario de Cádiz y Granada Hoy, entre otros). 

Hay un hecho que debemos señalar, ya que Candela Arandelaria o lo desconoce o no lo ha considerado digno de mención. A nosotros sí nos lo parece así que ahí va: el autor avisaba de la posibilidad de que, desde un sistema democrático un gobernante, malvado, pero astuto, se hiciera con el poder total más allá de los límites que marca la democracia y se condujera como un tirano. El libro fue censuradísimo porque en realidad lo que estaba contando era cómo en la Francia de aquel momento los de arriba estaban utilizando las mismas añagazas. No se volvió a saber más del tema hasta que a finales del siglo XIX círculos antisemitas escribieron “Los protocolos de Sión” para atemorizar a todo Occidente contándole cómo los judíos se estaban conjurando para apoderarse en la sombra de todo el mundo mundial, utilizando partes del libro de Joly.
Francamente no sabemos en qué estaría pensando esta mujer, que habrá estado demasiado centrada en sus historias sobre ciencia ficción “hard” y demás, como para que se le escape algo tan importante como esto. Qué falta está haciendo un sistema que evalúe las aptitudes como articulista de la gente que escribe en las páginas web, porque luego hay gente que no se entera de las cosas:
Servidora siempre ha defendido el rol de la narrativa a la hora de despejar en el ciudadano medio la ignorancia en torno a conceptos como quásar, supernova o algoritmos NP-duros y ha deplorado la debilidad intelectual de ese tipo de historias en las que un astronauta viaja a un planeta lejano sin que se nos justifique debidamente cómo se resuelven problemas como el medio de propulsión, el soporte vital de los viajeros o los mecanismos de orientación en un espacio relativista y lo único que se nos expone es cómo el protagonista acaba resolviendo a espadazos trifulcas casi medievales y emparejándose con una princesa escasamente vestida (véase al respecto mi estudio crítico sobre el daño causado en este sentido por las novelas de Edgar Rice Burroughs en las generaciones venideras de escritores acogidos al término 'ciencia-ficción')
Por tanto, cuál no habrá sido mi sorpresa al leer este libro en el que dos personajes de distintas épocas charlan con la excusa de que están en el infierno, ese concepto del que ninguna religión ha sido capaz de dar una justificación satisfactoria: ¿recreación en una supercomputadora de los procesos mentales de un ser humano? ¿clonación de un ser humano nuevo a partir del muerto y reprogramación de su cerebro? ¿viaje en el tiempo para secuenciar su estructura encefálica? ¿o acaso inserción en un bucle temporal de dimensión 3,141592? He leído varias veces el Génesis y el Corán en busca de una explicación pero es difícil que culturas en una fase de desarrollo tecnológico tan precario asimilaran conceptos necesarios para plantear una explicación convincente.
El autor escribió el libro con la intención de exponer un buen número de ideas que surgen de una ciencia débil, como es la política, al igual que han hecho con ideas procedentes de la astrofísica, la biología molecular o la estadística Clarke, Baxter o Egan, y para ello utilizó a dos personajes históricos, por un lado el barón de Montesquieu, que hace de “poli bueno”, y Nicolás de Maquiavelo, que hace de “poli malo”, probablemente porque al primero se le ocurrió la separación de poderes (no deja de sorprenderme que en las ciencias de los de ciencias el trabajo consista en explicar cómo funciona del mundo y en las ciencias de los de letras el trabajo consista en explicar cómo debería funcionar el mundo) y el segundo se hizo famoso por la frase “El fin justifica los medios”. El italiano se pasa todo el diálogo haciendo una lista de lo que tiene que hacer un gobernante para desembarazarse de la molestia que suponen discrepantes, descontentos, periodistas y demás gente para escándalo de Montesquieu, que ve cómo Maquiavelo se las arregla para saltarse todos los controles democráticos que se había tomado el trabajo de diseñar.
Aunque a cualquier persona habituada a hacer un  mínimo uso de su raciocinio le resultará extraño que puedan mantener una conversación una persona del siglo XVI y otra del XVIII no por ello hemos de desperdiciar las enseñanzas contenidas en este libro.
(Continuará ...)
Nos va a tener que perdonar nuestra colaboradora, (queda feo enmendarle la plana a un colaborador y a este paso nos vamos a quedar sin colaboradores pero es que es un detalle de los importantes) pero no podemos dejar pasar el detalle de que Maquiavelo nunca dijo eso de que "El fin justifica los medios" y si lo dijo no lo dejó escrito (lo que no quiere decir que no lo pensara, porque don Nicolás está hecho un consecuencialista de libro)

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